miércoles, 27 de agosto de 2008

Tornado, un cuento de terror

Foto 1: La vaca es levantada desde dentro de lo que quedó de un monte de eucaliptus. Fue lanzada a casi 70 metros de donde estaba por el tornado.
Foto 2: El cartel indicador de la ruta da muetsras claras de lo que fue la violencia del viento


Por Alexis Trucido





Si un productor cinematográfico hubiera llegado en las primeras horas de la mañana al cruce de las rutas 76 y 77 en Florida, sólo habría tenido que encender las cámaras, grabar y agregar luego los efectos especiales.
Una vaca aún estaba en el aire, ya que era elevada, esta vez al menos, por un tractor y no por el tornado que la había dejado a 150 metros del tambo, entreverada entre los restos de chapas y eucaliptos arrancado de raíz en un monte lindero.
A pocas horas del pasaje de un tornado, que parece haber elegido al establecimiento “Las Piedritas” y la familia Díaz Benítez, las chapas del techo de la casa y el galpón están retorcidas entre los carteles indicadores, a varios metros, y en ambas rutas.
Gruesas líneas de alta tensión, columnas, postes y varios restos yacen entreverados en el piso de un monte totalmente aplastado. Allí, hay chapas de zinc colgadas como hojas, con nervaduras marcadas por el viento y asidas ahora a grueso troncos.
Luciano (10) y su madre Ana Díaz (38) deambulan entre los restos. Una y otra vez han relatado la historia a diferentes canales de televisión que se han hecho eco de la noticia.
“Eran las cinco y poco. Empezó a temblar todo. Sentíamos un zumbido espantoso, tanto que a Luciano le dolían los oídos. Sentimos el viento pero no pensamos que iba a llegar hasta acá”.
Mario y Ana habían estado afuera hacía apenas unos segundos. Rápidamente habían entrado a su casa. El viento comenzaba a soplar con intensidad. Ni en su imaginación habían imágenes tales como las que irían a vivir en pocos segundos.
Emiliano (16) un joven que se encontraba en una pradera del paraje Cuchilla Seca, a unos 12 kilómetros del lugar, vio como se formaba el tornado.
“Estábamos a doce kilómetros. Mi hermano fue a ver una pradera, yo eché la camioneta marcha atrás y vi como se chocaban las nubes negras y todo empezó a girar. Se formaron dos embudos y después uno muy grande”.
Emiliano corrió a su casa, le dijo a su madre pero no le creyeron. "A los cinco minutos mi tía llamó para avisar”.
Pero en ese momento el pequeño Luciano ya estaba debajo de la mesa del comedor. La casa de Ana y Mario era desmembrada. Los vidrios de las ventanas estallaron. Los techos volaban por los aires entre tirantes y chapas retorcidas.
“Luciano miraba desde el piso. Vio como en mi cuarto giraba todo”, cuenta la madre entre los escombros que, en la noche anterior, junto a otros pedazos del techo, comenzaron a caer sobre ellos mientras tiraban de las puertas.
“No puedo explicarlo ahora, pero en ese momento no abrían. En medio de todo eso agarramos una puerta a las patadas. Salimos y nos pusimos contra una pared. Parecía que no paraba”, continúa relatando la mujer.
Mientras una vaca iba por los aires y fardos de 500 kilos eran hechos jirones como si fueron hojas, un grupo de peones se guarecían en un galpón que soportó los embates del viento.
Desde allí se escuchaban los estruendos. Es que entre treinta y cuarenta árboles, de enorme porte, eran arrancadas de cuajo como plantas. Los eucaliptos amanecían este martes desgajados, quebrados, con las raíces a la vista y todo tipo de daños en algo a lo que antes se le podía denominar monte, pero ahora no ofrecía ningún abrigo.
Un tractor estaba en el lugar. Sacaba una vaca raza holando. Con cuerdas y entre el barro la llevaron al matadero. El animal aún estaba vivo, pero yacía con serias fracturas, quebrado y malherido como los eucaliptos que le rodeaban.
Las cuadrillas de Ute en tanto habían comenzado las reparaciones. “Tenemos para hoy, mañana y quien sabe sino un poco más”, aseguraba un obrero ya montado en un camión elevador.
Mientras tanto la familia seguía los relatos. Sólo rescatamos algunos muebles. “Los vecinos llegaron de todos lados porque enseguida del tornado empezó a llover y cayó mucho granizo”, sollozaba pidiendo disculpas por no poder atendernos, empapada y rescatando restos de sus cosas entre los destellos de unas pocas linternas.
Más tarde un camión de vialidad restituía los carteles indicadores también volteados por el viento.
La foto que tomó un audaz camionero era enseñada una y otra vez. “La sacó con un celular”. La imagen es impresionante y registra el momento cuando un embudo gigante de nubes y viento se paró sobre la casa ahora devastada. Lo que pasó después, está grabado para siempre en la memoria de un niño y sus padres.




alexistrucido@gmail.com www.playback.unblog.fr

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